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La adaptación de estos pasajes á Severo pudo tener algún fundamento en los estudios y aficiones de éste, pero pudo ser también mero capricho del poeta. Una de las muchas convenciones del género bucólico era el uso frecuente de la magia y de las supersticiones gentílicas. Leyendo atentamente la égloga segunda se ve claro su sencillísimo artificio. El Albanio enfermo de mal de amores por la hermosa Camila debe de ser el Duque de Alba, á quien su amigo Salicio (Garcilaso) pretende curar, valiéndose, entre otros recursos, de la ciencia de Severo, que bajo el velo de encantamientos y alegorías, no puede significar otra cosa que la disciplina moral ejercida por el maestro sobre el discípulo.

Bastará tu Severo

Á dar salud á un vivo, y vida á un muerto...

Repetidas veces hemos tenido ocasión de aludir á la estrechísima amistad que unió á Boscán y Garcilaso, amistad nacida en la corte del Emperador, donde Garcilaso, nacido en 1503, asistió desde los diez y siete años: amistad memorable y ejemplar, que se prolongó sin sombra alguna hasta la muerte de Garcilaso en 1536, y que convirtió á Boscán en guardador póstumo de la memoria y de los versos de su amigo. Mayor servicio hizo Boscán á la Literatura salvando este tesoro poético que con sus propias obras, pero aun estas mismas, en recompensa de su buena acción, participaron de la inmortalidad de las de su amigo: juntas se imprimieron casi

tario) que toda esta crianza del Duque de Alba es imitación de la del cardenal Ipolito en el canto 46 del Ariosto, donde dize:

Quivi si vede, come il fior dispensi
De suoi primi anni in disciplina et arte,
Fusco gli è appreso, che gli occulti sensi
Chiari gli espone dell' antiche carte».

siempre, y aun hoy que están separadas, los nombres de los dos poetas, tan desiguales en mérito, siguen pronunciándose juntos. Y así es razón que sea, porque sin los ensayos de Boscán, por rudos y torpes que los supongamos (y no siempre lo son), quizá no hubieran existido los endecasílabos de Garcilaso, y si Garcilaso no hubiese escrito, quizá hubiese abortado la tentativa poética de Boscán, como abortó en el siglo xv la del Marqués de Santillana por imperfecta y prematura. Para ambos poetas fué día feliz el de su encuentro. La audacia innovadora de Boscán, que fué grande, aunque hoy no lo parezca, se vió contrastada y reforzada por el fino gusto y la suave inspiración de Garcilaso. Si Andrés Navagero había sugerido con sus consejos á Boscán la adopción del metro nuevo, Garcilaso fué quien le alentó á perseverar en su difícil empresa, haciéndose voluntariamente el primero de sus secuaces y añadiendo al prestigio de la doctrina el del ejemplo. Y como si esto no fuera bastante, Garcilaso fué quien proporcionó á Boscán el mayor triunfo de su vida literaria, dándole á conocer el Cortesano de Castiglione y encabezando con una carta elegantísima la admirable traducción con que el caballero barcelonés le naturalizó en España.

Fué, en suma, la de ambos poetas una amistad digna de los grandes siglos literarios, y que en algún modo hace recordar la de Horacio y Virgilio, la de Racine y Boileau, la de Goethe y Schiller: amistades que no conocen las épocas de decadencia, en que el egoísmo y la vanidad triunfan de todo y ahogan los más sanos impulsos del alma. Ocasión tendremos de recordar en el curso de esta biografía, y según el orden cronológico las vaya trayendo, las diversas composiciones que Garcilaso dirigió á Boscán y los sonetos en que Boscán lloró su muerte. Ahora conviene examinar un punto en que no están acordes los comentadores del gran poeta toledano. El Nemoroso de las tres églogas, ¿es Boscán?

A primera vista parece que sí, y es la opinión del Brocense en sus breves pero excelentes anotaciones: < Salicio es Garcilaso; Nemoroso, Boscán; porque nemus es bosque.» Lo mismo creía Cervantes según aquellas palabras del Quijote (2.a parte, cap. 67): «El antiguo Boscán se llamó Nemoroso.»

Pero muy otra era la opinión de Herrera, que contradiciendo al maestro Sánchez en esto como en otras muchas cosas, dice así en su voluminoso comentario: «El otro pastor que llora la muerte de su ninfa (en la égloga primera) es Nemoroso, i no, como piensan algunos, es Boscán, aludiendo al nombre, porque nemus es bosque, pues vemos en la égloga segunda, donde refiere Nemoroso a Salicio la istoria que mostró Tormes a Severo, que el mismo Nemoroso alaba a Boscán, i en la tercera lloró Nemoroso la muerte de Elisa:

Entre la verde ierba degollada :

la cual es doña Isabel Freire, que murió de parto; y assí se dexa entender, si no m' engaño, que este pastor es su marido don Antonio de Fonseca» (1).

Quiénes eran D. Antonio de Fonseca y su mujer, y qué relación tenían con Garcilaso, nos lo declara en su Miscelánea D. Luis Zapata, que probablemente los había conocido, y á quien pareció muy mal la interpretación de Herrera:

«Estando la corte en Toledo, D. Antonio de Fonseca, caballero principal de Toro, casó con doña Isabel Freyle, una dama de la Emperatriz, á cuya muerte hizo Garcilaso una parte de la segunda (sic: es la primera) égloga que lloró Boscán, habiendo sido su servidor antes que se casase, con el nombre de

(1)

Obras de Garcilaso de la Vega, con anotaciones de Fernando de Herrera... En Sevilla, por Alonso de la Barrera, año 1580. Páginas 409-410.

Nemoroso, de nemus, y ella en nombre de Elisa, de Elisabet ó Isabel, que todo es uno. Y dice

Al mar de Lusitania el nombre mío...,

porque era portuguesa, aunque algunos comentadores de Garcilaso, antes calumniadores, niegan que fuese Boscán estè Nemoroso, diciendo que fue el mismo D. Antonio de Fonseca, porque casó con ella; en lo cual yerran, porque D. Antonio de Fonseca en su vida hizo copla, ni fué de la compañía de Garcilaso, como Boscán, ni tuvo ramo de donde saliese y se dedujese como de Boscán (nemus) Nemoroso. Y volviendo al dicho, murió luego doña Isabel, luego como con ella D. Antonio se casó, y por eso don Hurtado, marqués de Cañete, discretísimo caballero que fué después virrey del Perú, dijo: «Oh dichoso hombre, que se casó con su amiga y se le murió su mujer» (1).

Inédita la Miscelánea hasta el siglo XIX, no pudo ser muy conocido este pasaje (2) que parece tan decisivo, y que, sin embargo, creemos que no resuelve la cuestión. Tamayo de Vargas, tercer comentador de Garcilaso (en 1622), y Azara, que es el cuarto y último hasta ahora (en 1765), siguieron el parecer de Herrera, sin añadir ningún argumento

nuevo.

La luz que no nos dan en este caso los comentadores castellanos, acaso la encontraremos en los portugueses. Manuel de Faría y Sousa, que en el fárrago indigesto de sus disquisiciones sobre Camoëns no deja de tener muchas cosas útiles, expone sobre el nombre poético de Nemoroso una tercera interpretación, que defendida por él parece muy

(1)

Memorial Histórico Español, tomo XI, pág. 384.

(2) Fué citado, sin embargo, en la advertencia, escrita probablemente por D. Juan Antonio Pellicer, que se puso en una reimpresión del Garcilaso de Azara (Madrid, Sancha, 1788).

descabellada, pero que en sí misma no lo es, como veremos: «Aunque siempre se entendió ser Boscán el Nemoroso de que Garcilaso usa, sus anotadores dan razones para que no sea Boscán, pero ellas no son buenas. Lo cierto es que no fué Boscán, ni otro alguno, sino que Garcilaso se representa con ambos nombres; y esto es ordinario en los escritores de églogas... El introduzir nombres sirve sólo al diálogo; pero la persona es una sola. Así, en la égloga de Garcilasso, lo mismo es Salicio que Nemoroso... Esto entendió Francisco de Sa bien, porque escribiendo una égloga á la muerte de Garcilasso le llama Nemoroso, no pudiendo ignorar que su nombre propio en ellas es el de Salicio» (1). Resulta de otra nota de Faría que el enamorado de D.a Isabel Freyre no fué Boscán, como creyó D. Luis Zapata, sino Garcilaso: «De sus amores fué Garcilasso muy derretido estando ella en Palacio; y á ella son los más de sus versos: y aunque un anotador dize se entiende por Nemoroso su marido D. Antonio de Fonseca, Garcilasso la llora por sí, como quien la galanteó en Palacio antes de casar, y bien puede ser que con intento de casar con ella» (2).

Prefiero la tradición de Faría á la de Zapata; porque no es verosímil, ni posible siquiera, que la divina lamentación de Nemoroso, que es lo más tierno y apasionado que brotó de la pluma de Garcilaso, sea el eco ó el reflejo de una pasión ajena, de la cual, por otra parte, no hay rastro en los versos de Boscán. Garcilaso ha puesto en aquellas estancias todo su corazón, y habla allí en nombre propio, no en el de su amigo, ni mucho menos en nombre del marido de su dama.

(1) Rimas varias de Luis de Camoëns, Príncipe de los Poetas Heroycos y Lyricos de España... comentadas por Manuel de Faría y Sousa... Lisboa... En la Imprenta Craesbeckiana. Año 1689. Tomo IV, página 211.

(2) Pág. 212.

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