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No procede aquí un minucioso análisis de Il Cortegiano, libro que, sin llegar á las alturas del genio, pertenece en algún modo á la literatura universal, y ha sido rectamente juzgado por críticos de todas lenguas. No es mucho quizá lo que de original contiene, pero es tan hábil la adaptación de lo antiguo y su compenetración con lo moderno; tan viva y eficaz la pintura de un mundo poético y aristocrático que una sola vez ha aparecido en la historia con este carácter de elegancia y perfección; tan rico y expansivo, y al mismo tiempo tan delicado, el tipo de hombres que presenta; tan varia é intensa la cultura que en sus diálogos rebosa, y tan constante el reflejo del ideal en ellos, que bien puede estimarse la obra de Castiglione no sólo como espejo de la vida áulica, sino como el mejor tratado de educación social en su tiempo. A pesar de su título y

Castiglione «¿No veis vos que de todos los exercicios alegres y cortesanos que dan lustre al mundo, la principal causa son las mujeres? ¿Quién trabaja en saber danzar y bailar con gracia sino por ellas? ¿Quién se da á tañer y cantar bien sino por contentallas? ¿Quién compone buenos versos, á lo menos en lengua vulgar, sino por declarar aquellos sentimientos que los enamorados padecen por causa dellas?...» Y había dicho con no menos primor y garbo Diego de San Pedro: «Por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por ellas nos ataviamos... Por las mujeres se inventan los galanes entretalles, las discretas bordaduras, las nuevas invenciones. De grandes bienes por cierto son causa. Porque nos conciertan la música y nos hacen gozar de las dulcedumbres della. ¿Por quién se asonan las dulces canciones, por quién se cantan los lindos romances, por quién se acuerdan las voces, por quién se adelgazan y sutilizan todas las cosas que en el canto consisten?... Ellas crecen las fuerzas á los braceros, y la maña á los luchadores, y la ligereza á los que voltean y corren y saltan y hacen otras cosas semejantes... Los trobadores ponen por ellas tanto estudio en lo que troban, que lo bien dicho hazen parecer mejor. Y en tanta manera se adelgazan, que propiamente lo que sienten en el corazón ponen por nuevo y galán estilo en la canción ó invención ó copla que quieren hazer... Por ellas se ordenaron las reales justas y los pomposos, torneos y alegres fiestas. Por ellas aprovechan las gracias, y se acaban y comienzan todas las cosas de gentileza.>>

de ciertas anécdotas algo ligeras, no es un frívolo repertorio de buenas maneras y de trato cortesano, un manual de urbanidad como el Galateo, que poco después escribió Messer Giovanni della Casa, ni un decálogo de prudencia mundana sutil, pesimista y fría como los tratados de Gracián, ni mucho menos un código de egoísmo correcto y elegante inmoralidad como las Cartas de lord Chesterfield á su hijo. El ideal pedagógico del conde Baltasar es mucho más alto y generoso que todo eso, y ni siquiera está enturbiado por el maquiavelismo político de su siglo. El perfecto cortesano y la perfecta dama cuyas figuras ideales traza, no son maniquíes de corte ni ambiciosos egoístas y adocenados que se disputan en obscuras intrigas la privanza de sus señores y el lauro de su brillante domesticidad. Son dos tipos de educación general y ampliamente humana, que no pierde su valor aunque esté adaptada á un medio singular y selecto, que conservaba el brío de la Edad Media sin su rusticidad, y asistía á la triunfal resurrección del mundo antiguo sin contagiarse de la pedantería de las escuelas. La educación tal como la entiende Castiglione desarrolla armónicamente todas las facultades físicas y espirituales sin ningún exclusivismo dañoso, sin hacer de ninguna de ellas profesión especial, porque no trata de formar al sabio, sino al hombre de mundo, en la más noble acepción del vocablo.

Por eso el cortesano ha de ser de buen linaje, de claro ingenio, gentil hombre de rostro y de buena disposición de cuerpo »; diestro en el uso y ejercicio de todas armas, sin presunción, temeridad ni jactancia; muy buen cabalgador de brida y de jineta; hábil en la lucha, en la carrera y en el salto, en el juego de pelota, en la montería y en la natación, en todo artificio de fuerza y ligereza, de tal modo que «en correr lanzas y en justar lo haga mejor que jos italianos; en tornear, en tener un paso, en defender ó entrar en un palenque, sea loado entre los más

loados franceses; en jugar á las cañas, en ser buen torero, en tirar una barra ó echar una lanza, se señale entre los españoles». Y en todo ello ha de poner una gracia indefinible, un señoril y no afectado descuido que encubra el arte y el esfuerzo y la fatiga cuando los hubiere. Es regla generalísima, principio capital de El Cortesano, ó por mejor decir alma escondida de todo el libro, el odio á la afectación y el culto de la gracia, así en los ejercicios militares y gimnásticos como en las danzas y saraos, y en la conversación y en la escritura.

El programa de educación intelectual que Castiglione traza para su perfecto cortesano no abarca las ciencias naturales, que entonces estaban en la infancia; no comprende la filosofía pura, á lo menos la filosofía de las escuelas, aunque de ella se muestran muy informados los interlocutores; pero es sumamente amplio en lo que toca á las letras humanas y á la teoría y práctica de las bellas artes. «Querría yo que nuestro cortesano fuese en las letras más que medianamente instruído, á lo menos en las de humanidad, y que tuviese noticia no sólo de la lengua latina, mas aun de la griega, por las muchas y diversas cosas que en ella maravillosamente están escritas. No dexe los poetas ni los oradores, ni cese de leer historias; exercítese en escribir en metro y en prosa, mayormente en lengua vulgar, porque demás de lo que él gustará dello, terná en esto un buen pasatiempo para entre mujeres, las cuales ordinariamente huelgan con semejantes cosas. Y si por otras ocupaciones ó por poca diligencia no alcanzare en esto tanta perfición que lo que escribiere merezca ser muy alabado, sea cuerdo en callarlo, porque no hagan burla dél; solamente lo muestre á algún amigo de quien se fíe, y no cure por eso de dexar de escribir algo á ratos, que aunque no lo haga muy bien, todavía le aprovechará para que, escribiendo, entienda mejor lo que los otros escribieren. Que á la verdad muy pocas veces acontece

que quien no escribe sepa, por docto que sea, juzgar los escritos ajenos, ni guste de las diferencias y ventajas de los estilos y de aquellas secretas advertencias y finezas que se suelen hallar en los antiguos.»

Siendo la vida del cortesano una verdadera obra de arte, claro es que no puede ser forastero en ninguna de las artes propiamente dichas. No sólo se le exige inteligencia musical y cantar bien por el libro », sino destreza en tañer diversos instrumentos, para que con ella sirváis y deis placer á las damas, las cuales de tiernas y de blandas fácilmente se deleitan y se enternecen con la música». No es de menos importancia que aprenda y practique el Dibujo, y sea fino conocedor en Pintura y Escultura, no sólo para saber alcanzar el primor de las estatuas antiguas y modernas, de los vasos, de los edificios, de las medallas, de los camafeos, de los entalles y de otras semejantes cosas, sino para conocer la lindeza de los cuerpos vivos y las proporciones de hombres y animales.

El hombre así formado brillará en toda conversación sin buscar ambiciosamente el brillo; sabrá alternar lo serio con lo jocoso; no esquivará en tiempo oportuno los motes, gracejos y donaires; sabrá novelar con garbo, contar anécdotas picantes y hacer sutiles burlas á sus amigos, en todo lo cual Castiglione le concede grandes ensanches, que no dejan de dar extraña idea del tono dominante en una corte que pasaba por la más severa y decorosa de Italia. Pero esta liviandad es meramente superficial, y por decirlo así, literaria. El espíritu moral del libro es de lo más puro que puede encontrarse en ningún autor italiano de su tiempo. El perfecto caballero amará y servirá á una dama digna de él y cuya educación es trasunto de la suya en lo que tiene de más espiritual y elevado. La pretenderá cuando joven con honesto fin de matrimonio, y en su vejez podrá amarla con místico y ferviente idea

lismo, valiéndose de la contemplación de la belleza corpórea como de escala para ascender á la cumbre de la belleza increada y absoluta.

Pero ni estas graves y filosóficas meditaciones, ni las artes de puro agrado, ni todos los ornamentos con que Castiglione se complace en decorar á su héroe, son el fin último de la profesión cortesana, que en el concepto de nuestro autor envuelve una pedagogía política, cuyos fundamentos procura indagar en el libro cuarto y último de su obra, aplicando á los pequeños principados de Italia mucho de lo que Platón y Aristóteles observaron y especularon sobre las repúblicas antiguas. No nos engañe el nombre de cortesano, pues lo que se trata de formar es un verdadero hombre civil, maestro y consejero de príncipes, á quienes pueda decir la verdad y llevarlos por el recto camino, estudiando sus hábitos é inclinaciones, mejorando las buenas y enderezando las torcidas, apartándolos de la tiranía y de la injusticia, dominándolos con el ascendiente de la virtud, asistida de todas las gracias naturales y adquiridas. Entendido así el oficio de cortesano, Aristóteles mismo se hubiera honrado con él en opinión de Castiglione, y fué obra de cortesanía la que hizo en la educación de Alejandro: «Aristótil, demás de encaminar y poner á este gran Rey en aquel propósito gloriosísimo, que fué querer hacer que el mundo fuese como una sola patria universal, y todos los hombres como un solo pueblo que viviese en amistad y concordia, debaxo de un solo gobierno y de una sola ley que resplandeciese y alumbrase generalmente á todos, como hace la luz del Sol, le formó tal en las ciencias naturales y en las virtudes del alma, que le hizo sapientísimo, esforzadísimo, continentísimo y verdadero filósofo moral, no solamente en las palabras, mas aun en las obras, porque no se puede imaginar más excelente filosofía que traer á que supiesen estar juntos y vivir con la orden que se suele tener en las buenas

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